lunes, 26 de octubre de 2015

Ella.

Varias veces antes de salir se miraba en el espejo. No intentaba descubrir si la camiseta quedaba bien con las zapatillas, tenía claro que no era así. 

Se miraba de reojo esperando que la sorprenda ese ser que sentía en su interior. Esperaba encontrarlo por casualidad y estar preparada al enfrentarlo, que no lo agarre desprevenida.

Y es que a ella le encantaba mostrar que se arriesgaba a por todo, le encantaba decir que era fuerte. Se jactaba de tener esa fortaleza de la cual levantaba los corazones caídos a su alrededor. Mostraba que inspiraba confianza. Sí, a veces se escapan unos suspiros incómodos, pero nadie prestaba atención a ese lado.

Quien la miraba de verdad podía ver lo asustada que se sentía. Como sus ojos escapaban de la realidad y se concentraban en las páginas de algún relato cruel de suspenso. 

Quien la conocía desde su núcleo admiraba como podía ser fría y manipuladora con quienes realmente amaba de verdad, de como muchas veces le costaba abrazar y soltar un te quiero. Porque esas dos palabras en un momento fueron tan fuertes que quedaron guardadas para quienes en ella creía que las merecían.

En demasiadas ocasiones sus hombros pesaban demasiado, su sonrisa no era la de siempre y el comenzar a hiperventilar no ayudaba realmente. En algún lado leyó que las personas tienen un limite de secretos que guardar. Quizás lo inventó para explicarse a si misma el explotar un lunes con solo ver que su amado libro estaba manchado.

Hay que admitir también que no había persona que la conozca tanto. Entre tantos muros reconstruidos solo los valientes escaladores descubrirían todo esto y cosas que no son tan buenas para ser escritas. ¿Pero alguien realmente se atrevería? ¿Alguien de verdad quería mirarla de ese modo? 

No le faltaban amigos, no le faltaba un amor y mucho menos familia. Solo necesitaba un oído que comprendiera sus dos horas para llorar.